“La desconfianza”, un caro precio para las transacciones
Roberto Artavia, presidente de VIVA Trust y Fundación Latinoamérica Posible, señala que el mundo hoy es insostenible, pero Bolivia tiene superávit, una geocapacidad de 16,5 hectáreas globales y un consumo de apenas 3,1.
El retraso de Bolivia y de otras de la regiones de América Latina se debe, en gran medida, a “la desconfianza”, un factor que gravita negativamente en la economía nacional, asegura Roberto Artavia, presidente de VIVA Trust y de la Fundación Latinoamérica Posible, que llegó a Bolivia para hablar sobre sostenibilidad.
La Universidad Privada de Bolivia (UPB) fue la palestra donde el experto abordó sobre “sostenibilidad” para desnudar su lento avance frente a su enorme importancia para el desarrollo macroeconómico de las naciones que hoy giran en torno de la competitividad, un escenario donde la ciencia, tecnología y los recursos naturales deben desarrollarse de manera planificada y armoniosa para asegurar el futuro de la humanidad.
La desconfianza es un problema de nuestra sociedad que nos impide realizar transacciones rápidas y útiles, restando competitividad, afirma.
Una taza de café
“Hoy en la mañana pedí un café en el hotel para desayunar, pero en la mesa sólo había una azucarera y yo lo que necesitaba era una splendid (Azúcar dietético). Entonces pedí un splendid. No la tenían dispuesta en la mesa porque el supuesto es que el cliente se la va a llevar. Entonces, para conseguir una transacción tan sencilla, de tomarme una taza de café en el hotel, terminé tomándomelo frío hasta que al final me trajeron bolsita de splendid”, relató.
Con este sencillo ejemplo, Artavia graficó el costo que conlleva realizar una transacción tan sencilla que fue sacrificada por la “desconfianza”.
“La desconfianza es un problema de nuestra sociedad, nos impide ahorrar, invertir, innovar, aumentar la productividad, tener gobernanza y sostenibilidad”, aseveró para enfatizar que la sociedad avanza más rápidamente cuando las transacciones son de bajo costo y simples, permitiendo mayor flujo de las transacciones entre los actores privados y públicos.
“Cuando hacemos el análisis de competitividad en Bolivia son varias cosas que se ven implicadas: El exceso de trámites engorrosos que significa conseguir permiso de funcionamiento y otros por el estilo y estos son costos de transacción que reducen el número de transacciones provechosas”, enfatizó.
Mencionó además que cuando no existe confianza en la sociedad, todas las transacciones se vuelven más costosas, pero agregó que la confianza podría alimentarse de una enorme transparencia, situación difícil de encontrar no sólo en Bolivia, sino en diferentes Estados de la región.
Datos y cifras
“¿Cuál es la situación de nuestros países? Nuestra evaluación es que sólo el 5% de los bolivianos cree que vivimos en una democracia plena y todos los demás cree que nuestra democracia tiene problemas. Por otro lado, la satisfacción por la democracia representativa llega al 35%”, argumentó apoyándose en estudios y sondeos internacionales.
También mencionó que si bien el 57% de la población boliviana aprueba a su gobierno (el tercero más alto de América Latina), la confianza interpersonal es del 10%, vale decir que sólo el 10% confía en sus conciudadanos y el 15% confía en los partidos políticos como instituciones capaces de resolver los problemas.
“Por último, 7,5 de cada 10 latinoamericanos piensa que los políticos que son corruptos, 7,1 piensa que las empresas son corruptas. ¿Con ese ámbito de confianza cómo hacemos para tener fluidez en las transacciones y toma de decisiones?”, preguntó, sugiriendo mejorar los niveles de transparencia y desarrollar el gobierno electrónico.
Etapas de desarrollo
Según Artavia, son tres las etapas de desarrollo en las cuales se puede identificarse la ubicación de los diferentes países: Economía de Patrimonio, que tiene que ver con la explotación de sus recursos naturales y una mano de obra radical; las Economía de Eficiencia, que son aquellos donde se agrega valor por medio de servicios, por medio de manufactura; y finalmente la Economía del Conocimiento, donde se es propietaria del diseño, de la propiedad intelectual de la demanda de distribución de la demanda en general.
Bajo esos parámetros, el especialista dijo que Bolivia se encuentra en la primera etapa, queriendo ingresar a la Economía de Eficiencia, pero para dar ese enorme paso, precisó, el Estado debiera dar un amplio dominio al sistema educativo.
“Es importante enfatizar en el buen uso del lenguaje, la creación de escuelas comunicativas, tecnológicas y científicas donde todos puedan manejar información compleja de datos. Asimismo, desarrollar el pensamiento crítico y carácter investigador, dar mayor espacio y desarrollo a la autorregulación y autoevaluación de los emprendedores, generar destreza social y capacidad de colaboración, creando responsables de su bienestar, creativos, innovadores, emprendedores, valores muy arraigados y comprometidos”, dijo Artavia, al reconocer la inexistencia de dicho sistema educativo en algún país latinoamericano.
Ante la carencia de un sistema educativo tan amplio como el citado, lo conveniente no es reparar el mismo –puntualizó el experto- pero sugirió cambiar la formación de los maestros y brincar a un sistema donde los docentes sean más tecnológicos.
Bolivia tiene superávit
Con sus casi 7.500 millones de habitantes, el planeta se encuentra dentro de las cifras rojas de la insostenibilidad. Sin embargo, Bolivia registra un superávit gracias a la biocapacidad que posee, ya que tiene una demografía tan pequeña para un amplio territorio rico en biodiversidad.
“¿Es sostenible el mundo hoy? No. Hoy consumimos 1,7 veces la biocapacidad de la tierra, eso significa que todo lo que consumamos como marginal, a partir del 1 de agosto de este año, se lo estamos robando, por así decirlo, a las generaciones futuras”, dijo Roberto Artavia.
A partir de agosto de este año, la población mundial consumirá lo que puede regenerar en un año. Sin embargo, Bolivia tiene un superávit, una geocapacidad de 16,5 hectáreas globales y un consumo de apenas 3,1. En contraste, los países desarrollados tienen un consumo de 5 a 6 hectáreas y los países latinoamericanos más avanzados tienen entre 3,6 3,7.