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Una molotov a los sentidos…

Cuando pensamos en dar una pausa a la rutina y disfrutar de un descanso, es que asociamos este tiempo para mimarnos con el de relajar nuestros sentidos, pero… ¿de qué manera? Mirar una buena película, comer algún platillo especial, una visita a un spa, irnos a un lugar lejano y disfrutar de la naturaleza. En fin, hay muchas posibles opciones, pero, de hecho, existe un deleite que aglutina todo esto en un pequeño receptáculo de cristal…el vino.

Aunque no seamos expertos en saborearlo o describirlo, debemos tener algo claro: ser fieles a nuestras percepciones que nos transportarán a un mundo de sensaciones por medio de nuestros recuerdos.

Por eso, el simple hecho de mirar el color del vino en una copa es un estímulo que nos transporta a algún recuerdo especial, proveniente de la calidez del rojo ladrillo, pasando por el brillo carmesí delimitado por ribetes violáceos, reflejando la vitalidad de los tonos rosa y granate, que se fusionan con la alegría de los dorados y amarillos con reflejes verdosos; aglutinando todo en un brillo y limpidez que iluminan nuestro iris; y que provienen de una fruta tan noble y delicada.

Pasa muchas veces que nos emocionamos al sonido del descorche de una botella, pero más aún cuando sus aromas invaden y avivan nuestras percepciones; recuerdos como las de flor de violeta, moras y eucalipto indican que estamos cerca de un Tannat, aromas de cerezas, frutillas y grosellas nos avisan de la elegancia del Pinot Noir, el inconfundible toque de especies como la pimienta blanca y la canela apuntan a la robustez del infaltable Shyra. Todo en sinfonía de aromas a vainilla, chocolate y coco, que afirman la presencia de un prolongado descanso de barricas de roble.

Con toda esta información damos el mensaje a nuestro cerebro de lo que degustaremos, la primera impresión se muestra liberando toda la intensidad y la frescura de la fruta, tornándose cálida por la presencia de los taninos que acompañan el recorrido en la boca, que acarician nuestros recuerdos, mientras las papilas aprecian la untuosidad de sabores, con matices a madera y especies; creando una armonía de sabores que dejarán un recuerdo agradable, listo para una segunda copa.

No hay que ser un conocedor de vinos, sólo hay que dejarnos llevar por esos momentos en los que necesitamos evocar a la tranquilidad por medio de los colores, aromas y sabores; estas sensaciones que transformarán una copa de vino en una molotov a nuestros sentidos.

Por: Javier Beltrán G. - Sommelier

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