La pandemia nos ha vuelto imbéciles
Daniel Mercado, SJ
La pandemia por COVID-19 amenaza nuestras vidas y las está modificando. Ha cambiado nuestra rutina y hasta la manera de mostrarnos afecto. Pero de sus repercusiones, no deja de sorprenderme la proliferación de charlatanes y la facilidad con que nos están convenciendo.
Hay charlatanes ministros, charlatanes políticos, charlatanes médicos y una gran comparsa de la charlatanería donde encontramos inclusive, charlatanes presidentes. De todos los colores y grados de formación, donde premios nobel se disputan las cámaras con persuasivos viboreros modernos. Todos tienen a las redes sociales de su lado y cuentan con la cobertura de algunos periodistas de profundidad epidérmica.
Soy médico, me dedico a la bioética y confío que la ciencia, con todas las falencias y distorsiones de las que puede ser objeto, es la mejor manera que tiene el ser humano para conocer la realidad de la naturaleza. Por eso, me deja atónito encontrar a profesionales, también del área de la salud, compartiendo posts sobre sustancias milagrosas o difundiendo videos acerca de la conspiración reptiliana de la reina Isabel.
La emergencia sanitaria ha hecho más notoria la falta de formación científica. Incluso antes de la pandemia, según Facebook, la diabetes habría sido curada unas trescientas veces a la semana y el cáncer, ya sería una realidad del pasado. No importa lo ridículo de la propuesta, la desesperación, potenciada por la ignorancia, hace que hoy existan personas dispuestas a tomarse desinfectantes ante la insinuación de cualquier figura de autoridad sea que se presente como científico, como experto o que ponga en la introducción a su comentario la frase mágica: “un nuevo estudio revela…”.
Si esto sucede en las redes, las cosas no están mejor en el medio profesional. Así hemos tenido autoridades académicas sugiriendo la masticación de la coca como posible fuente de curación, un grupo de médicos proclamando la cura de COVID19 con un antiparasitario o un científico francés anunciando las bondades de un antipalúdico, basado en su propio estudio de inaceptable calidad científica, por el que debería sentir vergüenza. En el patio de la ciencia, las cosas no están mejor que en el chismorreo de las redes sociales.
La ciencia, sea médica, biológica o farmacológica, ofrece una forma eficiente de obtener conocimiento que maximiza beneficios y minimiza riesgos. Pero debe seguir los pasos que le permiten ofrecer estas garantías. Cuando crece la presión popular, y manda la demoscopia, surgen los políticos que la quieren satisfacer, entonces, pasamos de la ciencia al “populismo epidemiológico”.
En Bolivia, no podemos permitir que se apliquen tratamientos experimentales sin un diseño científico capaz de reducir al mínimo posibles daños; ni podemos ensayar pruebas diagnósticas que no hayan sido validadas previamente. Además, es ineludible que cuando se trate de experimentos esto se haga público, se les informe de eso a los pacientes y también se les pida su consentimiento, lo manda incluso nuestra constitución.
Que no se confundan los políticos, que los responsables de la salud no relajen las normas de calidad y que la sociedad civil no se desoriente. Si a la ciencia no se le deja hacer su trabajo, con el método que le corresponde, estaremos abriendo la puerta al desastre. Se trata, pues, "de hacer el esfuerzo de prever lo imprevisible para prevenir lo irreversible".